Valiente, apasionado y con mucho talento. Esa fue la primera impresión que se llevó Londres del estratosférico tenor Javier Camarena, en uno de los deliciosos Rosenblatt recitals del Wigmore Hall. Los que habíamos oído de él esperábamos que fuera la gran estrella que brilló en La Cenerentola del Met y está haciendo las delicias de Zurich ahora mismo con su Rapto en el Serrallo, y no nos decepcionó. Cada obra que cantaba recibía un largo aplauso, multitud de bravos y gente en pie, lo que le llevó a ofrecer hasta tres bises llenos de gratitud.
Camarena demostró su dominio de la coloratura Mozartiana como apertura del concierto, pero cuando nos dio el primer Do de pecho en el È serbato de Bellini todos nos quedamos con los ojos, la boca y los oídos bien abiertos. La agilidad y la tesitura alta del belcanto son perfectas para él, y así nos deleitó con su aclamado Ramiro y el Romeo de Gounod. Pero todo esto no fue sino la preparación para los perfectos, alucinantes does en staccato del Pour mon âme de Donizzetti. No creo que vuelva a escuchar algo igual en mi vida. Su voz es brillante y cálida en la zona aguda, a la que llega con una facilidad insultante, sin miedo alguno, como si de un slackliner se tratara; y además es una voz grande, mucho mayor de lo que estamos acostumbrados para este repertorio.
(Photo source: ® Jesús Cornejo)
La segunda parte fue una mezcla de canción italiana y española, con una pequeña concesión a una romanza de Zarzuela (No puede ser) que fue recibida con la misma pasión que demostró cantándola. Camarena derrocha expresión en este repertorio, pero su voz no brilla igual en la intimidad de estas piezas más centrales y delicadas. La fatiga del vuelo (que le obligó a refrescar su garganta varias veces durante el concierto) fue probablemente más evidente en estas canciones, pero no hasta tal punto que nos impidiera disfrutar de su belleza.
El acompañamiento de Enrico Cacciari fue soberbio: su atención al cantante, cómo viajó con él por la expresividad, las dinámicas y los ataques, se merece un gran chapeau! (sobre todo teniendo en cuenta que sólo tuvo unos días para preparar el recital, cubriendo una baja en el último minuto). Sus dedos ágiles nos brindaron todos los estilos de un modo exquisito. Profunda admiración para él también.
Esperemos que la Royal Opera House cuente pronto con Javier Camarena, y que Enrico Cacciari se anime a ofrecer más recitales. No nos cansaríamos nunca de la magia que crearon anoche.