Cédric Tiberghien puede hacer lo que quiera en un piano, anoche nos lo demonstró en su actuación en el Queen Elizabeth Hall. Llenó toda la sala de sonidos preciosos, jugando con ellos para crear un mundo paralelo para cada uno de los asistentes. El coherente programa rapsódico le ayudó a conseguirlo, pero su increíble dominio de todo tipo de matices sonoros convirtió su concierto en una auténtica clase magistral.
Fuente de la foto ilustrativa - © Benjamin Ealovega
Su concepto de las tres obras -y el bis de Debussy- fue psicológicamente profundo, y a la vez se notaba que estaba siendo honesto y generoso, sin reservarse ningún sentimiento, duda o certeza para sí mismo. Con los Années de Listz nos ofreció paz y reflexion; en las Masques de Symanowski, lirismo y complejidad; y con los Miroirs de Ravel, exuberancia y magia. Fuimos unos espectadores privilegiados, invitados a viajar con este pianista excepcional a realidades paralelas, mientras permanecíamos con él.
Tiberghien es un gran virtuoso, pero tiene mucho más que ofrecer, y eso fue justo lo que hizo su concierto absolutamente delicioso para nuestros oídos. Es capaz de tocar varias líneas melódicas y mantenerlas en planos acústicos diferentes; tal es su maestría en los matices sonoros. Domina las dinámicas, con un amplio repertorio del que escoger; es un maestro de los ataques, con increíbles arpeggios en legato; también tiene un perfecto sentido del ritmo, para nada fácil en estas piezas… En conjunto, tiene un extraordinario dominio del sonido y sus variaciones, y eso le permite ofrecer una interpretación mucho más compleja de estas piezas delicadas, y deliciosas en su versión. ¡Le seguiré la pista sin duda, Monsieur Tiberghien!
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